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La adicción a la pornografía nos hace pésimos amantes

Adicción a la pornografíaSomos adictos a la pornografía. En España, los niños ven porno por primera vez a los 10 años. Y la mayoría de los adolescentes, que pierden la virginidad a los 15 o 16, tratan de tener sexo a imagen y semejanza de lo que ven en internet.

Lo más triste es que la evidencia científica más actual apunta a que la pornografía vuelve impotentes a los hombres. Desde que es gratis en internet se ha disparado la disfunción eréctil, sobre todo entre los jóvenes (del 3% hasta el 35% según The Guardian).
La cosa tiene fácil explicación: nos acostumbramos a llegar al orgasmo casi siempre después de ver muchos y variados videos. Eso hace que nuestro cerebro se haga dependiente de esa multitud de estímulos.
La novedad constante es el elemento clave de la adicción al porno. Lo que nos lleva a dejar de excitarnos en el sexo real con las personas de carne y hueso.

Destroza nuestras relacionoes

Desgraciadamente la vida sexual de muchos de nosotros transcurre cada vez más frente al monitor que en la vida real. Utilizamos el porno para evitar la angustia que suscita la relación con alguien de verdad, con su grasa, sus pelos, sus olores, sus sudores y sus dolores.

La pornografía deserotiza nuestro cuerpo y sobreexcita nuestra mente. Nos hace creernos omnipotentes cuando en verdad estamos solos. Y lo peor es que encubre nuestras dificultades reales de establecer una relación de verdad.

El porno y las aplicaciones de citas hacen que el sexo cada vez más un acto de consumo, un placer rápido, generando una gran frustración a posteriori.

En la cama, muchos de nosotros repetimos un libreto escrito con antelación. En vez de dejar libre nuestra sexualidad natural, lo que hacemos viene dictado por guiones culturales: preliminares cada vez más cortos, penetración y, finalmente, orgasmo. Todo, cada vez más mecánico y más rápido, ¡pa, pa, pa!

Evitación de la intimidad

En realidad, se sabe que nos refugiamos en el porno para escapar de nuestros sentimientos negativos. Nos enganchamos porque estamos tristes, perdidos y sin sentido.

Vivir la vida real no es fácil… las relaciones íntimas son complicadas… todo eso nos deja vulnerables a la droga pornográfica. Desgraciadamente nuestro inocente y viejo cerebro no está preparado para tan potentes tentaciones tecnológicas.
Al ver porno, generamos mucha dopamina y testosterona y nos acostumbramos a eso, nos enganchamos a esa excitación compulsiva.

Los estímulos tan intensos y poderosos que genera la pantalla alteran nuestra percepción, haciendo que la intimidad real nos parezca mucho menos interesante en comparación. Esto aumenta nuestras expectativas irreales sobre nuestros compañeros sexuales reales. Desgraciadamente intentamos copiar lo visto en el porno, con el consecuente descalabro.

La mayoría de las escenas del porno glorifican la imposición, la violencia y el abuso. Sus narrativas se filtran en nuestra mente y nos volvemos más propensos a cosificar y deshumanizar a los demás.
Al consumir pornografía realmente estamos usando nuestro cuerpo y el de la otra persona en un acto tremendamente narcisista.


La verdadera sexualidad

Cuando se cambian las relaciones reales por una pantalla, los sentidos se derrumban, el cuerpo se anestesia, las emociones se congelan, la sensibilidad decae y el erotismo se entumece. Mal asunto.
Conviene recordar que esto no tiene por qué ser así. En Oriente, por ejemplo, la sexualidad es considerada un arte, como la danza o el teatro. Aquí hemos perdido ese aspecto libre y creativo.

La verdadera sexualidad implica un lento descubrir nuestro cuerpo y el de la otra persona. Conlleva incertidumbre y cierto grado de misterio. Se trata más bien de soltar el control, dejar fluir nuestra creatividad y componer una especie de ritual entre los dos.
En el porno, carecemos de todo eso; todo es rápido, explícito y sin tiempo para conectar con el otro. Su sensacionalismo barato, su falta de naturalidad, nos va robando sin darnos cuenta nuestra humanidad.

El gran desafío: dejar la adicción

La pornografía nos pone en contacto con nuestra energía sexual, pero anulando nuestro mundo emocional y vincular.
Su energía es falsa, hueca, vacía; es un fake, una compensación para tapar nuestro vacío interior y nuestras heridas.

Nuestras parejas saben cuándo nos hemos hecho una escapada al ordenador, porque notan que no estamos presentes. Se sienten usadas, perciben la distancia, nos echan de menos…

Pero dejar el porno no es fácil, hemos de atravesar nuestras heridas y nuestro vacío hasta llegar a recuperar la dignidad.

¿Te atreves a superar tu adicción a la pornografía?
¿Quieres dejar de manupular tu sexualidad? Puedes tomártelo como una investigación para averiguar hasta qué punto eres capaz de desintoxicarte.
Mucho ánimo y buen viaje.

Alberto Martín-Loeches

Terapia Gestalt Madrid

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