Ella quería que yo le asegurase mi amor incondicional.
Y yo me resistía estupefacto.
Y entonces ella se sentía abandonada, y claro, pedía más y más.
Yo entre me indignaba y me sentía culpable.
Algo así como acorralado en un sentimiento de injusta deuda.
Presionado para cambiar lo que no quería cambiar.
Ella pedía cercanía. Yo no quería fusión.
Yo tenía miedo y pedía espacio.
No nos entendíamos. No nos entendíamos.
Yo la decía que un adulto es aquel que abandona todo intento de que el otro llene su vacío.
O de llenar su vacío llenando el vacío del otro.
Ella me miraba cada vez con más extrañeza.
He de reconocer que yo también la necesitaba mucho a ella.
Pero me vengaba acusándola de dependiente.
Lo que la enfurecía más. Mucho más.
Ella quería que yo cambiase. Y yo, qué me dejase en paz.
Mi distancia y su exigencia destrozaron primero nuestra sexualidad.
Y después dinamitaron la relación.
Alberto Martín-Loeches
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