Si rehusamos aceptar que no nos quisieron siendo niños, nos ahorramos mucho dolor, pero bloqueamos el camino que nos lleva a la verdad.
Como adultos, podemos aprender en el marco de una terapia a querer a ese niño que un día fuimos; podemos liberarnos de los sentimientos de culpa, que nos intentan proteger de la dolorosa verdad de que el destino nos dio una madre o un padre incapaz de amar.
Se trata de dejar de eludir la verdad. Tenemos que comprobar que ser conscientes de la verdad no nos va a destruir, sino que es probable que nos proporcione alivio y dignidad.