Cuando consigo sentir mi enfado, conecto con mi fuerza, con mi verdad y con mi dignidad.
Conviene distinguir varios tipos de enfado:
– El enfado real, actual, el impulso natural que me proporciona la vida para evitar que me hagan daño.
– El enfado defensivo para no sentir el dolor. Ahí tengo que profundizar hasta el dolor.
– El enfado histórico que tengo acumulado que se me despierta de vez en cuando. Lo mejor es sostenerle sin vomitárselo a nadie o descargarlo con un cojín.
– El enfado instrumental con el que a veces trato de conseguir algo, controlar, imponerme o dar una lección a los demás.
El enfado real es un indicador de que algo no me está sentando bien. Aparece cuando me faltan al respeto o me invaden o me hacen daño.
Es una energía extra que me da fuerza para defenderme y afirmar lo mío.
Es un rugido que me recuerda que tengo voz.
Es una autodefensa que no pretende destruir sino poner un límite enérgicamente.
Es un impulso natural me permite ser yo mismo y asumir mi camino con valentía.
Es pura dignidad.
Antes tenía mucho miedo de enfadarme, pero gracias a mi proceso terapéutico he ido aprendiendo a tolerar y sostener esta energía, este fuego, sosteniéndolo junto al miedo que me provoca. He ido aprendiendo a sentir su poder, su pasión, a respirarlo y sostenerlo sin volcárselo reactivamente a nadie.
Cuando me trago mi enfado me quedo débil, impotente y deprimido. Y luego llegan las quejas, o los castigos, o las distancias.
Y lo peor es que voy acumulando rencor. Y este resentimiento alimenta mi cinismo, mis agresiones indirectas y mis venganzas.
Alberto Martín-Loeches
He ido aprendiendo a adueñarme de mi ira, sin anularla ni vomitarla. He ido aprendiendo a expresarla adecuadamente. En ello estoy.
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Alberto Martín-Loeches
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