A veces recurrimos a la espiritualidad para evitar enfrentar algún aspecto doloroso de nuestra vida. Nos escudamos en nuestras aspiraciones más elevadas para evitar nuestros sentimientos más difíciles.
Muchos de nosotr@s uilizamos la espiritualidad como refugio o solución fácil a nuestros problemas. Y así nos evitamos el costoso tránsito por la auto-observación.
Intentamos elevarnos por encima de nuestra humanidad antes de haberla enfrentado verdaderamente. Buscamos lo absoluto para descalificar nuestras necesidades humanas relativas, nuestros problemas psicológicos, nuestras dificultades vinculares o déficits de desarrollo.
Esto se suele manifestar en una actitud de desapego excesivo, en la represión de ciertas emociones (la tendencia a “anestesiar” la tristeza o el enfado), o a través una compasión ciega o una inclinación exacerbada hacia lo positivo, ignorando o denostando la propia sombra (los aspectos mal vistos de uno mism@).
Pero la realidad es que, como decía Jung… “uno no alcanza la iluminación fantaseando sobre la luz sino haciendo consciente la oscuridad”.
Cuando intentamos practicar el desapego renegando de la propia necesidad de recibir amor, lo único que logramos es desterrar esa necesidad al inconsciente, donde posiblemente actúe y se manifieste de maneras más peligrosas.
Algunos gurús nos dicen: ‘Debes reconocer tus estados emocionales como formas vacías y, atravesarlos sin más’. Esto puede ser útil en el ámbito de la práctica meditativa, pero en situaciones de la vida cotidiana, esas mismas palabras pueden ser usadas para reprimir o negar sentimientos que requieren nuestra atención.